Recorrer el camino que nos lleva a donde siempre hemos estado esperando desplegarnos



viernes, 1 de abril de 2011


HACIA UNA MATERNIDAD MAS CONCIENTE 

Cuando una mujer se convierte en madre se abre para ella un universo antes desconocido, una nueva dimensión, una vida nueva dentro de la que hasta entonces era su vida. Desde la sobrenatural sensación de llevar un ser dentro suyo, experimentando como protagonista y espectadora los cambios de su cuerpo, su mente y su alma (verdaderas revoluciones que, según cada mujer, pueden ser vividas de formas muy distintas); pasando por el parto, esa experiencia tan real como onírica, tan maravillosa para algunas como atemorizante para otras, hasta el encuentro con ese nuevo ser que es su hijo, y con ese nuevo ser que es ella como madre. Y también con ese nuevo ser que es su compañero, o compañera, como padre (o como quien cumple esa función de sostener a la madre, entre otras cosas).
Paradójicamente, junto con el bebé llega el vacío. No sólo por la sensación (que experimentan algunas mujeres), de que cierta unidad se rompió, de que queda un vacío en ellas al producirse esa primera separación entre su cuerpo y el del bebé; sino porque cuando el bebé real hace su aparición nos confrontamos con el vacío de no saber. No saber cómo, ni qué, ni cuándo. (Puede que esta sensación sea mayor con un primer hijo, pero cada experiencia de maternidad es distinta, singular, por el momento particular de la madre como persona, por el contexto, y porque los hijos son distintos, únicos también). Es verdad que contamos con algunas cosas que nos han dicho, familiares, amigos...posiblemente también hayamos leído libros, o revistas, o artículos en Internet, en búsqueda de alguna información, orientación; y también está el saber médico: obstetras, parteras, puericultoras, pediatras… Sin embargo, gran cantidad de veces los saberes que hemos escuchado o leído sobre una misma cuestión se contraponen. Por ejemplo, algunos proponen que la teta debe ser dada a “libre demanda”, es decir, cada vez que el bebé la pida, mientras que otros consideran que hay que tratar de darla cada dos horas (por ejemplo) y durante una cantidad de tiempo determinado. Y si el bebé está en la teta demasiado tiempo se dice a veces que "ya la está usando de chupete" . Como esta, nos encontramos con una infinidad de teorías, indicaciones, consejos u opiniones contradictorias (a decir verdad, como sucede con todo en la vida, sólo que al momento de tomar decisiones respecto de un recién nacido, que además es nuestro hijo, eso es bien particular).
¿Qué hacemos entonces?
Una de las cosas que observo es que frente a esta incertidumbre muchas veces se suele hacer lo que los otros dicen porque son "los que saben", ya sea porque estudiaron o porque tienen más experiencia que uno en el tema. Lo que me parece una pena de esto es (más allá de que efectivamente los otros puedan saber muchas cosas) el hecho de que en la preocupación por seguir las indicaciones de "los que saben" se deje de lado la conexión de una mujer con su propia intuición, con su saber interior y con la particularísima conexión que sólo ella puede tener con su hijo. Creo que atravesamos (hace tiempo) un momento en el que consumimos todo lo que nos ofrecen desde afuera, mientras que hay cosas que sólo podemos encontrarlas si buscamos dentro nuestro.
Este es uno de los motivos que me llevó a pensar en la importancia de crear un espacio para las madres, mujeres maternantes. Porque entiendo la maternidad, al igual que la vida, como una construcción permanente, lo que implica que no hay una forma de hacerlo sino que cada mujer ha de construir la propia, a cada momento. Y esta construcción, para que sea conciente, para poder elegir realmente cómo queremos maternar, qué cosas queremos transmitir, va a implicar un viaje al interior de nosotras mismas. Creo que la maternidad  es una oportunidad.

Los hijos como oportunidad de ver(se)
Los hijos, los chicos, son una suerte de espejos que reflejan aspectos de los seres más cercanos a ellos, particularmente de sus padres. Y ahí, puede suceder que los padres se enorgullezcan de ver ciertas características propias o valoradas por ellos en sus hijos, sin embargo, frente a otras características de los chicos, sobre todo aquellas consideradas problemáticas o "mal vistas", resulta más difícil preguntarse en qué medida eso que le pasa a nuestro hijo tiene que ver con nosotros. Lejos estoy con esto de plantear que un chico no tiene su carácter, sus particularidades, o sus "berrinches" propios de la niñez. Pero más allá de esto, los chicos suelen ser los portavoces de los aspectos menos concientes de los padres, de aquello con lo que uno no se ha podido enfrentar o no ha logrado resolver. En general es bastante difícil, casi imposible, lograr que algo cambie en un chico si no se trabaja con la familia, con el entorno de ese chico.
El hecho es que en general resulta más fácil "hacer ver" al chico (basta con observar, por ejemplo, la cantidad de chicos diagnosticados como "hiperactivos" y medicados con Ritalina) que preguntarse ¿por qué le pasa esto?, ¿qué estará queriendo decir esto que le pasa? Como dije antes, estamos muy acostumbrados a consumir soluciones mágicas y rápidas, medicamentos, saberes científicos, y nos cuesta ir a buscar respuestas adentro nuestro, básicamente porque resulta más trabajoso. Otras veces ni siquiera nos imaginamos que podemos tener algo que ver con esto que le pasa a nuestro hijo, porque no sabemos.
Y definitivamente no se trata de culpabilizar a los padres o de pensar que no aman a sus hijos. No! Pero sí es importante que podamos tomar conciencia de nuestros actos; hacerlos a conciencia. Un hijo nos confronta con esto (aunque a veces nos resulte difícil), y con el no saber.
En su libro Crianza, Laura Gutman dice que la maternidad es un viaje a ciegas sin red. En este sentido, propongo este espacio, este círculo de mujeres, como una red. Una red que contiene, que sostiene la búsqueda de cada mujer. También una red en la que cada una pueda nutrirse de la experiencia y de la búsqueda de las otras. A la manera quizás en que, ancestralmente, cuando los seres humanos vivían en clanes, en tribus, las mujeres compartían sus tareas y la crianza de los niños. Y hablaban entre ellas; tejían vínculos. Sé que estamos lejos de eso, sé que nuestras condiciones son bien distintas, pero también sé que muchas mujeres, muchas madres, se sienten muy solas, muy desencajadas a la hora de conciliar el modo de vida actual y su maternidad.
Se trata de alimentar las raíces de la esencia y la fuerza femeninas, de echar algo de luz allí donde hay sombra. Porque es en la medida en que una mujer logra estar en mayor armonía con sí misma, es decir, que logra ser más conciente de lo que realmente le pasa, de lo que siente, piensa y quiere, que puede transformarse en un cálido y seguro sostén para sus hijos, y para sí misma..

¿Qué es “hacer un análisis”? (terapia, búsqueda personal...)

"El obstáculo me estimula”
Carlos Paez Vilaró


Quisiera empezar aclarando, que no hay una forma de hacer de un análisis; cada persona le imprime a su búsqueda su modo personal de manejarse en la vida, su manera de ser, de ver...Por eso, aunque hay ciertos momentos lógicos que forman parte del proceso inherente a un análisis, cada experiencia es absolutamente singular.


Empezar

Son distintas las situaciones por las que alguien decide consultar; van desde la curiosidad de saber qué es ir a un psicólogo hasta las consultas que se precipitan en momentos críticos, límite, en de la vida de una persona (accidentes, pérdidas (1), ausencia de deseo, etc.) pasando por aquellos que llegan “porque los mandan”. De todos modos, el motivo por el que alguien llega no necesariamente se corresponde con el compromiso que luego asuma en relación con su búsqueda. Por ejemplo, alguien que va a un psicólogo para “cumplir”, porque lo mandan del colegio, del trabajo, etc., puede empezar a preguntarse cosas, a tener una posición activa respecto a querer saber qué le pasa. Por el contrario, puede ocurrir que alguien que llega con un nivel de angustia muy alto abandone el tratamiento en cuanto la angustia disminuya lo suficiente como para no resultarle insoportable. Por lo demás, es absolutamente respetable que cada persona llegue hasta donde quiera o pueda hacerlo, más allá de que uno pueda considerar, en tal o cual caso, que alguien podría llegar muy lejos si lograra liberarse, soltarse de ciertas ataduras. Pero siempre se trata de las decisiones de la persona.


Momentos lógicos (o breve reseña del trayecto)

Como dije anteriormente, lo que pueda esperarse de un análisis dependerá en cierto modo de cada persona, básicamente de hasta dónde alguien quiera llegar. No todo el mundo tiene ganas de meterse con sus zonas de oscuridad (con eso de lo que nada quiere saber), hacer movimientos, cambios. En general suele parecer más fácil evadir, tapar con otras cosas, no pensar y seguir para “adelante”…pero a la larga algo estalla.
Podría señalar diversos momentos, cruciales, por llamarlos de algún modo, en el recorrido de un análisis. El primero es el hecho de consultar, de dar el primer paso, sea por la causa que sea. Luego ubicaría un segundo momento en el pasaje de una posición de queja (quejarse por las cosas que le pasan, considerarse víctima, de los otros, del destino, de la vida, etc.) a una posición responsable; comenzar a responsabilizarse por lo que le pasa (lo cual nada tiene que ver con culpabilizarse, más bien diría que mientras alguien sigue culpabilizándose por algo es que no se hace cargo de eso). El hacerse responsable implica un corrimiento de mira, desde los otros hasta uno mismo; abre la dimensión de las preguntas, algo así como un: ¿qué tengo que ver yo con esto que me pasa? ¿Por qué dejo o busco que me pase? ¿Qué hago para cortar con la repetición? Y ahí se abre el juego, que muchas veces se parece bastante al juego de la Oca en eso de avanzar cinco casilleros, retroceder dos, avanzar uno... y así. De todos modos, mi experiencia me dice que uno siempre avanza mientras siga en la búsqueda, aunque por momentos retroceda o se sienta detenido; si persiste, uno vuelve a moverse. Y así se llega a otro momento que es el de lograr sostenerse en la búsqueda aún cuando uno no tenga ganas, aún cuando una fuerza muy grande tire en el sentido contrario (la misma fuerza que lleva a repetir las mismas situaciones displacenteras). Claro que con esto no quiero decir que alguien tenga que obligarse a hacer algo que no quiere, porque esto no tendría sentido, de hecho si verdaderamente no quiere en algún momento se terminaría. Definitivamente creo que hay tiempos para cada uno, momentos, que no pueden forzarse (pero también creo que muchas veces por no esforzarse, se pierde el tiempo) y por otro lado también puede pasar que a alguien no le funcione con cierta persona (psicólogo, terapeuta, analista) y en ese caso lo mejor que puede hacer es cambiar de persona (lo cual no es lo mismo que cambiar de persona cada vez que se encuentra frente a un punto difícil de resolver, inclusive con el propio terapeuta).
Pienso que una buena analogía de lo que implica un análisis es la leyenda o el mito de Teseo, el héroe griego que atravesó el laberinto de Creta para dar muerte al Minotauro. Haber transitado y haber llegado al fin del laberinto es sólo una parte de la hazaña, una parte muy importante sin dudas, pero aún queda algo más: “la hora de la verdad”, el acto final. Así como Teseo tuvo que vérselas con el Minotauro para terminar su travesía, cada uno, en el final, tendrá que tomar la decisión de dar el salto (o no). El salto implica soltarse, soltar ciertas costumbres, modos de manejarse, “placeres oscuros”... y cambiarlos por otros, por nuevas formas. Estas últimas definitivamente no están preestablecidas, nadie nos dice qué hay del otro lado, que debería haber. Por eso suele costar este acto final, porque se trata de un salto al vacío. Pero qué mejor que el vacío para hacer surgir de allí algo nuevo. Las grandes obras han surgido de una nada, una hoja en blanco y el deseo de hacer algo con eso. Por lo demás, no creo que lo importante sea lo grande o no de la obra, sino el placer de realizarla.


Repetir...y volver a repetir

Volviendo a los por qué del comienzo de un análisis, es muy frecuente encontrarse de entrada con cosas que se repiten. Alguien llega cansado de tropezar una y otra vez con lo mismo, de no poder enfrentar determinadas situaciones, de no lograr separarse de cierto padecer que, cual sombra, parecería seguirle los pasos, vaya donde vaya, a la manera de un “destino” personal (2). A veces, en una de esas repeticiones, alguien se cansa, o se ve rebasado por la situación y decide buscar ayuda; muchas veces estos momentos límite son el origen de búsquedas muy profundas, de verdaderos encuentros con lo más íntimo del ser. Polémico y paradójico ser; aquello que más nos pertenece, la fibra más íntima, y al mismo tiempo, lo más oculto y oscuro para nosotros.
En cuanto a estas repeticiones, suelen tratarse de antiguos modos de manejarnos, de enfrentarnos (o precisamente de no enfrentarnos) a las cosas, que ya no resultan útiles o satisfactorios en el presente. Es más, tal vez ni siquiera fueron favorables en un comienzo, quizá simplemente fue lo que pudimos o elegimos hacer en algún momento de nuestra vida, cuando las situaciones eran otras, y luego se transformaron en hábitos, en algo aparentemente inseparable, insuperable. Es común escuchar de alguien: “yo soy así”; aún cuando el “ser así” sea algo que le genere muchos problemas en su vida. Por supuesto no desconozco que hay ciertas cosas que son, por decirlo de algún modo, “características de uno”; esas particularidades que suelen llamarse la esencia de algo o de alguien. Y aún más, a veces son justamente estos aspectos “esenciales” de alguien los que precisamente le complican la vida. Pero, aún con esto puede hacerse algo distinto.


El arte de transformar

Es cierto que uno podrá en su camino, en su búsqueda, desprenderse de muchas cosas, cambiarlas… “fácilmente” digamos. Pero siempre hay algunas que son las que más cuestan, las que insisten, las que hacen pensar que uno no va a poder con eso, que está demasiado arraigado, en definitiva, “que uno es así”. Y si, hay ahí algo de verdad; hay ciertas cosas que no van a desaparecer como tales, pero sí se puede hacer con ellas algo distinto: transformarlas. Adaptando la famosa frase de Einstein a la ocasión podríamos decir: No se pierden, pero se transforman. Pongamos un ejemplo: imaginemos que hay alguien que es extremadamente fantasioso, que parece transitar su vida en un mundo de ensueños (3). Esto podría convertirse en un problema a la hora de, por ejemplo, conseguir un trabajo, hacerse cargo de ciertas responsabilidades que le permitan mantenerse, más aún, mantener una familia, etc. Sin embargo, esta aparente, o real, dificultad para conectar con la realidad podría llegar a constituirse en “su modo particular de construir su realidad” si, supongamos, esta persona se transformara en escritor por ejemplo. Así, el aparente obstáculo, si lograra ser encausado, moldeado exitosamente, podría transformarse en el motor, la llama de su trabajo (y por qué no de su vida, de algún modo). Encontré una frase de Duke Ellington (4) que me parece buena para dar cuenta de esto: “Simplemente tomo la energía que usaría para enojarme y escribo algún blues.”
Es muy común escuchar hablar de la sublimación en relación al arte. Se entiende por sublimar el hecho de transformar ciertas tendencias primarias, socialmente no aceptadas, en otras que sí lo sean (por ejemplo, una buena forma de sublimar el sadismo (crueldad) de alguien podía ser convertirse en cirujano). Creo que siempre que se logre transformar algo problemático para uno, digamos, en algo satisfactorio, beneficioso, hay algo del orden de la sublimación en juego. En todo caso, lograr dar ese paso es todo un arte, una “invención personal”.
Podríamos decir que de algún modo, y con la particularidad de cada persona, esto es lo que se espera de un análisis. Poder dejar la queja, el lamento por lo que no fue, por lo que no se tiene. Abandonar la espera de lo que no será y lograr hacer algo bueno con lo que hay, e inclusive y fundamentalmente, con lo que no hay. Esto, y poder renunciar a esa cuota de masoquismo, de goce oscuro que, en mayor o menor medida, se alberga en cada uno de nosotros.


Lo oscuro

Para aquellos que no están familiarizados con la cuestión suele ser casi increíble pensar que uno alcance cierta “satisfacción” en el padecer; satisfacción absolutamente paradojal. ¿Acaso uno no busca su propio bien? Si y no. Una parte nuestra tiende a nuestro bien, pero hay otra que "disfruta"  en el dolor. Como cuando alguien triste por una pena (de amor supongamos), se pone a escuchar temas musicales que, lejos de animarlo no hacen más que darle consistencia a su desazón.
Hay un tema de Charly García que es toda una descripción de esta oscura satisfacción paradojal: “Influencia”. Lean la letra si pueden, yo sólo voy a tomar dos frases. La primera: “Si algo controla mi ser”; da cuenta de esa fuerza que pareciera obrar en nosotros, a pesar de nosotros. La segunda: “Que placer esta pena”; describe maravillosamente la satisfacción en el padecer.
Este oscuro goce puede manifestarse de muy diversas formas y con diferentes intensidades, pudiendo, en ocasiones, llegar a complicarle muchísimo la vida a alguien. Por eso el esfuerzo que implica adentrarse en las profundidades de uno mismo y destapar cosas que estaban tapadas hace mucho tiempo está, a mi entender, justificado.


Soltar 

¿Cuál es la ganancia que se espera como resultado de la travesía? El deseo, como motor de la vida. La avidez de vivir, la soltura. Toda la energía con la cual se cuenta para producir, para disfrutar, cuando al fin se la puede liberar de esos lugares oscuros en los que estaba estancada. Encontrarse al fin, y poder soltar a esos “Otros” que están siempre mirándonos desde algún lado, con sus mandatos, sus expectativas, sus enojos… (cualquiera puede encarnar este lugar). El Otro del “qué dirán”, el Otro al que se busca complacer o al que se busca contradecir; en definitiva es lo mismo. Por supuesto, no se trata de que uno se convierta en un ermitaño, aunque definitivamente la relación con los otros ya no es la misma. Se trata de vivir libremente, de hacerse cargo de las decisiones propias, de tomar responsabilidades, de abandonar la posición infantil.
De seguro habrá muchas cosas más, singulares, que justifiquen para cada uno su propia búsqueda; pero eso, sólo uno puede averiguarlo.
Para terminar, quisiera dejarles una frase de Oscar Wilde que me pareció simple pero contundente: “Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe. Eso es todo”.

Fernanda Trezza

Nota: Artículo publicado en "El sigma":
http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=12091

Referencias:
(1) Con la doble acepción de “estar perdido” también.
(2) Doy sólo algunos ejemplos que se observan con frecuencia: ponerse en situaciones de peligro o maltrato (o ser siempre el chivo expiatorio); no concretar nunca los deseos, proyectos; no sentir deseo; inhibirse frente a determinadas situaciones; no poder salir de una dependencia de algo o alguien; no poder dejar la infidelidad; encontrarse una y otra vez en relaciones triangulares; no poder parar de pensar (cuando ciertos pensamientos se vuelven tortuosos); endeudarse una y otra vez, etc..
(3) Recuerdo dos frases dichas por Cortázar en una entrevista: “Yo me siento más cómodo en un terreno que toca lo irracional” y “Yo me movía con naturalidad en el terreno de lo fantástico sin distinguirlo demasiado de la realidad”.
(4) Famoso jazzista estadounidense.
El no sé qué de la otra..

Artículo publicado (abreviado) en la sección de Psicología de "Página 12" el 25/2/2010

Todo comienza…bueno, en verdad todo comenzó mucho antes, pero la idea de este trabajo decanta, si, eso, decanta a partir de un episodio que me hace notar un hombre. Se trata de algo que ha visto, con cierta sorpresa, según sus ojos de hombre. La situación es la siguiente: una mujer está almorzando en un restaurante con su esposo, o pareja y sus dos hijos; aparentemente todo anda bien, todos ríen, conversan y disfrutan de sus vacaciones (si, esto transcurre en una ciudad de playa en verano). De pronto llegan al lugar dos mujeres, tal vez un poco más jóvenes que la mujer que almuerza con su familia, tal vez no. Una de estas chicas llega, como suele suceder en lugares de playa en verano, con un pantalón pero sin remera, en maya. A partir de ahí la mujer que antes almorzaba tranquila parece no estarlo más. Mira de arriba a abajo a la recién llegada y su cara se transforma, ya no es la misma, ya no se la nota distendida sino algo incómoda tal vez, perturbada.
El hombre que me detalla esta situación, termina su relato con el comentario: “Ni que hubiera llegado Penélope Cruz”. Puede ser, a los ojos de este hombre, pero es evidente que algo en esta mujer inquietó a la otra, algo que sus ojos vieron como deseable.
Casi en simultáneo con el fin del relato tomo conciencia de que en el lugar donde estamos están pasando un CD de temas románticos, una especie de compilado de cantantes que, aunque lejos están de ser los que más me gustan, me vinieron muy bien para “ver” qué es lo que esas letras tienen en común que funciona como un imán para el público femenino (para cierto público femenino); todos le cantan a una, una entre todas, una que eligen, a la que aman y desean aún con su “grasa abdominal”. Y ahí, producto de esa sincronicidad del relato y las letras de "amor" se esclareció para mí..

Ser la única

Es en este punto que retomo la pregunta original, la pregunta de las preguntas de la feminidad (¿qué quiere una mujer?) y me contesto: no todas las mujeres son iguales!!, pero, me atrevo a decir que en muchos casos en algún punto se quiere ser la única; y aquí empiezan a complejizarse un poco las cosas, como casi siempre pasa con las mujeres, lo cual no implica algo negativo en sí. Quiero decir que esto puede tener diferentes vertientes. Puede, en algunos casos, implicar ser la única entre todas, en ocasiones inclusive la única para todos, por ejemplo: la más linda, la más inteligente, la más audaz, la más…No importa cuál sea el calificativo, siempre se trata de algún aspecto destacado para ella o que haya sido destacado por algún hombre o mujer de su interés y entonces pasa a ser para ella una virtud.
Aquí no solamente se encuentran las mujeres que buscan tener una aprobación masiva o seducir de un modo indiscriminado (por ejemplo ciertas mujeres del espectáculo en una lucha desenfrenada por ser “La” diva, la del mejor cuerpo, la mejor); también podríamos pensar aquí a aquellas mujeres que estando en pareja, sintiéndose amadas y deseadas por un hombre, de todos modos sienten peligrar su lugar, casi su identidad como mujeres si aparece una mujer que ellas consideren que podría reemplazarlas, superarlas en algún punto. Esto es, en la mayoría de los casos, por considerarlas lindas, interesantes, por tener cierto estilo, por tener un "no sé qué". Así es como suele jugarse una especularidad donde la del otro lado (del espejo, si se quiere, ya que se trata en definitiva de ver aquello que no se logra atrapar de lo femenino en la otra, u Otra deberíamos decir) pasa a ser la única protagonista, “La” Mujer. Sólo hay lugar para Una en el feroz estadío del espejo. Una triunfa, la otra es desecho, un triste reflejo; tal como esos laberintos de espejos en donde según el cristal con el que uno se mire la figura aparece deformada, grotesca, en el mejor de los casos causando gracia, en el peor de ellos causando angustia.
Hay algunos aspectos curiosos de esta situación. Uno de ellos es que, graciosamente puede suceder, y de hecho ocurre con frecuencia, que ambas participantes de este “juego de espejos” piensen o sientan que la otra es la verdadera, la que tiene el encanto de la feminidad. En ocasiones este encanto puede estar encarnado en algún atributo bien definido y otras veces aparece como un “no sé qué” que la otra tiene, un misterio que la hace deseable.
Otro de los aspectos interesantes de esta situación es que, muchas veces aquella otra mujer “rival” lo es a partir de haber percibido que ella genera cierto interés, deseo, en los hombres.
Más allá de que podamos considerar a esta situación una exageración, lo curioso sin embargo es que esta misma experiencia de envidia o celos puede darse perfectamente sin que entre una mirada masculina en escena, o mejor dicho, una mirada de un hombre concreto presente. Quiero decir con esto que seguramente hay ahí una mirada masculina en juego, pero esta está encarnada en la mujer que mira. Esto es, cuando una mujer mira a la otra y la considera deseable, peligrosa en tanto rival, objeto de sus celos, la está mirando con ojos de hombre, y esta “mirada de hombre” la construye tal como fue construido Frankenstein, con fragmentos de cosas que escuchó, vio, percibió, que ciertos hombres deseaban. Puede que estos últimos sean hombres más o menos influyentes para ella, aunque en definitiva de algún modo todos lo son en la medida de que le dan una “pista” acerca de qué es aquello que hace deseable o “amable” (en el sentido de amada) a una mujer. En cuanto a estas “pistas”, éstas pueden transformarse en andamiajes para la construcción de la propia feminidad de una mujer, esto es, funcionar como atributos a identificarse que le permitan ir armando, eligiendo su propia forma de ser mujer, o pueden llevarla a un callejón sin salida en la medida en que es imposible construir “Una” forma de ser mujer. A propósito de esto se me ocurren esas eternas encuestas acerca de si los hombres prefieren a las rubias o a las morochas por ejemplo. Encuestas en las que los hombres dan su opinión, particular en cada caso, y las mujeres leen en busca de algo que de todos modos siempre se les escurre, “La” respuesta…Siempre habrá algo que quedará afuera, algo que se perderá (por seguir con el ejemplo anterior, muuuuy básico, si, pero gráfico, no se puede ser rubia y morocha a la vez) y tal vez el misterio, y por qué no el encanto de la feminidad tenga que ver con ese poder hacer algo con lo que hay, o precisamente con lo que no hay, con la definición que no hay.

Ser la Una para Uno

Por otro lado, pienso en otra forma en que una mujer puede ser la única, una forma que sea para ella estabilizadora, y no devastadora. Esto es, cuando una mujer logra ocupar el lugar de única para un hombre. Es decir, que pueda sentirse amada y deseada por un hombre y que esos sentimientos tengan tal particularidad que la ubiquen a ella en un lugar especial, aquel que le permita liberarse, soltarse, desinhibirse, ir más allá de los límites de su cuerpo; sentir una seguridad tal que su lugar, su ser de mujer no se vea amenazado por ejemplo si el hombre con el que está mira a otra mujer. En este punto considero que tal “estado”, si puedo llamarlo así, depende tanto de que un hombre pueda conjugar el amor y el deseo sexual en una mujer de un modo singular, como de que esa mujer pueda encarnar ese lugar y deje de pretender que la “verdadera” feminidad estará siempre en Otra. Lo digo porque he descubierto lo dificultoso que resulta para muchas mujeres salirse del juego de espejos con otras mujeres, de la trama de la envidia; hay una atracción en todo esto que no se resigna fácilmente. No es algo inusual que las mujeres muchas veces se arreglan para otras mujeres; me atrevería a decir que en ocasiones pueden estar más interesadas en fascinar a otras mujeres que a ciertos hombres. Y bien, en este punto mi hipótesis es que, en la medida en que una mujer esté tan tomada por este juego de rivalidad y atracción con otras mujeres, en la medida en que gran parte de su goce se juegue allí, más dificultoso será su acceso al lugar de única para un hombre, a poder drenar ahí su misterio de mujer y buena parte de su goce, ya no sólo el goce producto de su imagen, sino el otro, aquel que puede brotar cuando una mujer cierra los ojos.
Este es uno de los aspectos que caracterizan a la histeria, su dificultad en el acceso a la feminidad; si se quiere, a lo que de vacío hay en la feminidad, a lo sin respuesta ni definición de la feminidad. La posición histérica en este punto es la que se ubica del lado del menoscabado en el espejo para sostener así que hay un lado “completo”, sin rajaduras, al que podría llegar en algún momento si sigue el camino indicado, las “pistas” correctas. Sin embargo, lo mismo podríamos decir de aquella posición que cree ser “el lado bueno del espejo”, que cree encarnar la completad, “La” mujer. Suele suceder que en cuanto aparece la mínima fisura (y esta siempre aparece) todo se desmorona. Así es como tantas mujeres pasan gran parte de su vida haciendo lo imposible por tapar las fisuras, entregadas al sacrificio de sostener una ilusoria completad; tan ilusoria como imposible. Me atrevería a decir que se trata de dos caras de una misma moneda; pretender el todo tiene como contratara la nada. (El todo mismo es una nada en la medida en que no existe.) Así, una misma mujer puede encontrarse aleatoriamente de uno o del otro lado del espejo, y ambos quedan alienados en una imagen fantasmal, lejana, en un goce especular más o menos tortuoso.
Me pregunto entonces, ¿dónde queda ese goce (y esos goces) que una mujer puede experimentar una vez que logra desprenderse de los espejos? ¿Qué lugar queda para el cuerpo real y sus placeres? ¿Será cierto que a una mujer puede asustarla sumergirse en sus propias profundidades, oscuridades..? por qué...?
¿Cuánta energía, cuántos placeres han derrochado, mujeres, al filo del espejo?

Fernanda Trezza





"Mujer ante el espejo" (Picasso)